Ya que estamos en basketball, me encontré con Running Point, la nueva serie de Netflix protagonizada por Kate Hudson. Y lo que creí que sería otro drama ligero de cancha y oficina, sino que terminó siendo una declaración de principios: las mujeres ya no están al margen del juego—ahora lo dirigen.
En pleno 2025, cuando Shakira nos recuerda que “las mujeres no lloran, las mujeres facturan”, esta serie aparece como eco visual de esa misma narrativa: las mujeres están tomando control no solo de sus emociones, sino de sus empresas, sus narrativas y sus propios guiones. Isla Gordon (Kate Hudson) se convierte en la inesperada presidenta de un equipo de la NBA tras una crisis familiar… y lo que parecía un movimiento temporal se convierte en una toma de poder tan sutil como firme.
Running Point combina comedia y drama (aunque no termina de definirse del todo) en un estilo que recuerda a las clásicas sitcoms con oficina, pero con una carga actual: el peso del apellido, la sororidad empresarial y el miedo al fracaso en público cuando el mundo espera que tropieces.
Sí, hay basket. Pero el verdadero partido está en las oficinas. Isla no tiene que ser la más fuerte, ni la más experta. Solo tiene que ser ella misma: una mujer decidida a dejar de ser la “nepo baby” y empezar a escribir su historia con sus propias líneas, no con las que le heredaron.
La serie llega en un momento donde el entretenimiento se llena de mujeres que dejan de llorar detrás de los bastidores y comienzan a dirigir, cantar, producir, liderar, e incluso facturar en primera persona. De Barbie, a La Sociedad de la Nieve (donde las voces femeninas detrás de cámara fueron claves), hasta Running Point, la pantalla está llena de una verdad incómoda para algunos: el poder ya no está en disputa, está en redistribución.
Y si bien Running Point no es perfecta, sí es necesaria. Porque más allá del guión o del humor que a veces tropieza, deja claro que el liderazgo femenino no es tendencia: es la nueva normalidad. Isla Gordon no pide no es la típica mujer que pide permiso. Y tú tampoco deberías.
Por: Milly Hasbún